Mucha gente piensa que cuando hablamos de lenguaje de género, nos referimos únicamente a enumerar "los y las" cada vez que mencionamos un sustantivo (el clásico "los niños y las niñas" del lenguaje de algunos textos legales). Sin embargo, incorporar un enfoque de género al lenguaje tiene muchos otros matices.
El lenguaje es un sistema de comunicación que responde a la estructura y a las necesidades de la sociedad, y que del mismo modo le da forma a las relaciones entre los seres humanos: por esto el finés tiene cuarenta palabras para nombrar la nieve mientras que la tribu himba tiene sólo una para una serie de colores oscuros cuyas diferencias, aparentemente, no importan. Éste es el doble poder del lenguaje: el de reproducir y transformar la sociedad en la cual es utilizado. Lo que no se nombra, podría igualmente no existir: ésta es la principal razón por la cual los movimientos igualitarios incluyen entre sus preocupaciones la del uso inclusivo del lenguaje, que ha sido incorporado transversalmente en las más diversas organizaciones internacionales, desde la OIT hasta la ONU.
Las tesis sobre el lenguaje de género nos dicen que el llamado "masculino genérico" no es inclusivo: en un grupo donde hay cinco niños y una niña, el sustantivo colectivo es "niños", mientras que en un grupo donde hay cinco niñas y un niño... sigue siendo "niños". A pesar de ello, la RAE insiste en que el género masculino en castellano es el "no marcado", una suerte de género "neutro" en el cual las mujeres deberían darse por subsumidas. En este sentido indican:
Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos: Todos los ciudadanos mayores de edad tienen derecho a voto.
Pero es precisamente a esta subsunción a la cual se opone el movimiento feminista. Al ser el masculino el género "por defecto", sigue otorgándose mayor visibilidad a los hombres en campos donde las mujeres normalmente no "pertenecen". Esto sigue la misma lógica de las políticas de acción afirmativa: mientras no exista verdadera igualdad plena en la práctica, actuar como si existiera no ayuda a eliminarla. Es así como la RAE parece olvidar que en un principio, el "ciudadano" de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano se refería, en efecto, sólo a los ciudadanos de sexo masculino.
No sólo la utilización de la forma femenina ("ingeniero" e "ingeniera") es un ejemplo del lenguaje inclusivo; también la búsqueda de términos verdaderamente genéricos ("persona", "individuo", "ser humano" en lugar de "hombre", por ejemplo) o de términos colectivos (comunidad, personal), así como la reestructuración de las frases para que no sea necesario repetir el sustantivo constantemente.
Esta discusión no ha sido exclusiva al castellano; sin embargo, otros idiomas parecen haber sido más flexibles en su postura. El diccionario Merriam-Webster agregó recientemente el denotativo "Mx" para ser utilizado en lugar de "Mr" y "Ms" ("señor" y "señora") para denotar a alguien cuyo género es desconocido o no-binario, y la utilización de la "x" (como en "latinx") para eliminar de un término la diferenciación de género se ha vuelto más y más común, a pesar de que parece irritar a tanta gente como la poco estimada arroba, aún en uso.
Independientemente de lo que opine la RAE, los lenguajes se crean a partir del uso, y el rol de los lingüistas no es convertirse en árbitros del lenguaje, sino en estudiarlo, analizarlo y comprenderlo. Al ser así, es a los hispanohablantes a quienes corresponde determinar si el uso inclusivo de género es absurdo, o si responde a una necesidad real para una sociedad más igualitaria.